Hoy leí una nota de un compañero
sobre la Muerte de México, una reflexión posterior al haber visualizado algunos
videos de narco ejecuciones donde de manera explícita se quita la vida a un
joven de 15 años, una anciana y otras personas, escenas parecidas o peores a lo
que hemos escuchado del apartheid en Africa. Inmediatamente viene a mi cabeza
el acercamiento visual que tenemos a tales hechos, que si bien nos informan de
lo sucedido de manera aparentemente "clandestina" también nos pone a
pensar que la persona que establece el registro se encuentra presenciando tales
hechos y con la misma presencia fílmica afirmándolos.
Pienso en algunas discusiones sobre
la irrepresentabilidad del holocausto, sobre la línea en la cual se decía que
ya no caben las imágenes, una línea que en este momento se encuentra
completamente trascendida. Las imágenes caben en todo y para todo, hay imágenes
más cruentas e indudablemente incitadoras a un crecimiento de la atrocidad pues
todo está pantallizado, todo se ve atravesado por la mirada del cristal y por
las significaciones del espectáculo. La imagen actúa como una espada de dos
filos pues nos informa a la vez que incita al agresor a ser más violento por
saber que es visto.
Pienso en la mirada como un
incitador de violencia. Los filmes de horror nos han legado cada vez más a ésta
como un elemento necesario o significativo dentro de la atrocidad. En algunos
casos como una preparación de la víctima sobre lo que le está por suceder en
otros simplemente un observador mecánico que contempla y reproduce los gritos y
las torturas.
Cada día estamos más acostumbrados
a mirar escenas atroces, como si durante cada nuevo film nuestro álbum del
dolor se fuera repasando en busca de algo nuevo, no obstante miramos las
escenas de terror y decimos "ya lo vimos, ya lo vimos también".
Lamentablemente las imágenes de terror en la ficción se encuentran un poco vacías
pues el lado de la violencia y el terror real las ha superado con creces, la
realidad ha sorprendido a las imágenes con escenas documentales cada día más
severas, más degradantes donde la pantalla es partícipe de los nuevos discursos
de lo atroz.
¿Cómo mirar estás imágenes y qué
decir de ellas?, ¿cómo generar empatías sobre lo mirado?, ¿cómo distinguir
entre la capacitación a la expectación del horror propuesta por los filmes y
las imágenes que documentan la violencia cotidiana? ¿cómo sentir de manera
diferenciada los horrores?
Todo ello nos hace conscientes que
en la mirada somos partícipes de los significados sobre el horror, un horror
que como lo diría Naif Yehya cada día se encuentra más glamourizado.
La desmaterialización de las imágenes
nos ha legado cierto escepticismo sobre su veracidad sin embargo sería
importante volver en este caso particular a la indexalidad, al “eso ha sido” de
las imágenes, y al “eso ha sido” de la muerte pues cada imagen enuncia y se ve
contenida del “eso ha sido” de una sierra sobre la piel, es cada
fotograma un indicio de la tortura y la sonoridad del dolor.
Estas imágenes nos exigen una
lectura distinta pues sabemos que la luz ha marcado un soporte con la tortura
de los otro. El que mira no puede acercarse a tales documentos como a un filme
cualquiera. Si el dolor de los otros ha de ser patallizado hasta sus últimas
consecuencias el lector no puede quedar impune, el lector no puede ser acrítico
pues su mirada es cómplice, la pantalla le hace presente y éste tiene el poder
de decidir si hacer del documento una prueba de rabia o un alimento de los
placeres atroces.
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