lunes, 18 de noviembre de 2013

Visualidad y horror


Hoy leí una nota de un compañero sobre la Muerte de México, una reflexión posterior al haber visualizado algunos videos de narco ejecuciones donde de manera explícita se quita la vida a un joven de 15 años, una anciana y otras personas, escenas parecidas o peores a lo que hemos escuchado del apartheid en Africa. Inmediatamente viene a mi cabeza el acercamiento visual que tenemos a tales hechos, que si bien nos informan de lo sucedido de manera aparentemente "clandestina" también nos pone a pensar que la persona que establece el registro se encuentra presenciando tales hechos y con la misma presencia fílmica afirmándolos. 

Pienso en algunas discusiones sobre la irrepresentabilidad del holocausto, sobre la línea en la cual se decía que ya no caben las imágenes, una línea que en este momento se encuentra completamente trascendida. Las imágenes caben en todo y para todo, hay imágenes más cruentas e indudablemente incitadoras a un crecimiento de la atrocidad pues todo está pantallizado, todo se ve atravesado por la mirada del cristal y por las significaciones del espectáculo. La imagen actúa como una espada de dos filos pues nos informa a la vez que incita al agresor a ser más violento por saber que es visto.

Pienso en la mirada como un incitador de violencia. Los filmes de horror nos han legado cada vez más a ésta como un elemento necesario o significativo dentro de la atrocidad. En algunos casos como una preparación de la víctima sobre lo que le está por suceder en otros simplemente un observador mecánico que contempla y reproduce los gritos y las torturas. 

Cada día estamos más acostumbrados a mirar escenas atroces, como si durante cada nuevo film nuestro álbum del dolor se fuera repasando en busca de algo nuevo, no obstante miramos las escenas de terror y decimos "ya lo vimos, ya lo vimos también". Lamentablemente las imágenes de terror en la ficción se encuentran un poco vacías pues el lado de la violencia y el terror real las ha superado con creces, la realidad ha sorprendido a las imágenes con escenas documentales cada día más severas, más degradantes donde la pantalla es partícipe de los nuevos discursos de lo atroz. 

¿Cómo mirar estás imágenes y qué decir de ellas?, ¿cómo generar empatías sobre lo mirado?, ¿cómo distinguir entre la capacitación a la expectación del horror propuesta por los filmes y las imágenes que documentan la violencia cotidiana? ¿cómo sentir de manera diferenciada los horrores?

Todo ello nos hace conscientes que en la mirada somos partícipes de los significados sobre el horror, un horror que como lo diría Naif Yehya cada día se encuentra más glamourizado. 
La desmaterialización de las imágenes nos ha legado cierto escepticismo sobre su veracidad sin embargo sería importante volver en este caso particular a la indexalidad, al “eso ha sido” de las imágenes, y al “eso ha sido” de la muerte pues cada imagen enuncia y se ve contenida del “eso ha sido” de una sierra sobre la piel,  es cada fotograma un indicio de la tortura y la sonoridad del dolor. 

Estas imágenes nos exigen una lectura distinta pues sabemos que la luz ha marcado un soporte con la tortura de los otro. El que mira no puede acercarse a tales documentos como a un filme cualquiera. Si el dolor de los otros ha de ser patallizado hasta sus últimas consecuencias el lector no puede quedar impune, el lector no puede ser acrítico pues su mirada es cómplice, la pantalla le hace presente y éste tiene el poder de decidir si hacer del documento una prueba de rabia o un alimento de los placeres atroces. 


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